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sábado, 18 de octubre de 2025

Annie Hall, de Woody Allen y Diane Keaton

Homenaje a Diane Keaton

Annie Hall (1977) es una comedia romántica, humorística, realista, incluso amarga, que se aleja del prototípico final feliz. 

También puede verse como una comedia reflexiva, filosófica, psicológica, una puesta en escena de la neurosis y autoexploración, un retrato de las complejas relaciones humanas y las adversidades a las que todo ser humano se enfrenta, tratadas desde el humor, la ironía, claves para sobrevivir en el mundo que nos ha tocado. “La vida está llena de soledad, miseria, sufrimiento, tristeza y, sin embargo, se acaba demasiado deprisa”...“Cuando era alumno, me echaron del colegio por copiar en la prueba de Metafísica. Miré en el alma de mi compañero de pupitre”, dice el protagonista, Alvy, el alter ego de Woody Allen

Annie Hall es un retrato magnífico del ser humano contemporáneo, con ingeniosos diálogos y monólogos que abordan la neurosis o angustia excesiva, con una narrativa no lineal (la película comienza con el fin de la relación para explorar posteriormente su inicio y desarrollo). Emplea flashbacks para conectar pasado y presente, a veces con los personajes del presente interactuando con el pasado, además rompe con la cuarta pared (la película comienza con Woody Allen dirigiéndose al espectador y mirando directamente a cámara, como hace por ejemplo Fellini, uno de sus maestros, en Amarcord https://cuenya.blogspot.com/2013/11/amarcord.html), de modo que está contada desde su punto de vista subjetivo, que rompe asimismo con la ilusión de la ficción, haciéndonos partícipes de sus pensamientos, de su neurosis; se juega con nosotros presentándonos digresiones, idas y vueltas en el tiempo, pantalla partida (dos escenas distintas de forma simultánea, creando contrastes visuales y conceptuales, como la comparación entre cenas familiares, o cuando Alvy está en el diván del psicoanalista y Annie sentada psicoanalizándose también), subtítulos a modo de voz interior auténtica de los personajes, que revelan sus verdaderos pensamientos a la vez que nos muestran la hipocresía y contrastan la conversación superficial con la verdad interna… movimientos de cámara que cambian según el estado de la relación entre Alvy Singer y Annie Hall, usando los planos acelerados para reflejar el frenesí de la relación y planos más lentos tras la separación, incluso incorpora una secuencia animada que parodia a Blancanieves y los siete enanitos, como la escena en que la madrastra de Blancanieves discute con Alvy

Al parecer, Woody Allen también encontró inspiración en la película Ocho y medio (1963) de Fellini (al que se menciona en Annie Hall), cuyo trasfondo filosófico entusiasmó al director neoyorquino.

Annie Hall, una obra transpléndida, explora de un modo intimista y humorístico las complejidades de la relación entre Annie Hall y Alvy Singer, las contradicciones del amor, desde la atracción inicial hasta la ruptura.

Alvy Singer es un comediante neurótico, un judío neoyorkino, con sus miedos y obsesiones, que cuestiona todo, dándonos una visión pesimista acerca del ser humano contemporáneo en una época frenética, donde no hay tiempo ni para pensar, salvo en las facturas domésticas. 

El personaje de Annie Hall, interpretado por Diane Keaton, se convierte en un ícono de la moda y la representación de una mujer moderna y compleja, donde se nos muestra, a través de una escena de sexo, su falta de deseo. Por eso Annie Hall, que nos invita a reírnos de nosotros mismos, con nuestras torpezas y limitaciones, iba a titularse en un inicio Anhedonia, término que se refiere a la incapacidad de sentir placer, porque ni Annie ni Alvy logran encontrar la felicidad. En todo caso, el título inicial no gustó a los productores. 

Annie Hall y Alvy Singer reflexionan sobre la fugacidad del amor, el sexo y la fragilidad de la existencia humana. 

“Una relación es como un tiburón; tiene que estar continuamente avanzando o se muere. Y me parece que lo que aquí tenemos es un tiburón muerto”, le dice Alvy a Annie.

Hall es el apellido de Diane Keaton, y Annie es el diminutivo de Diane, aunque la intérprete confesó que nadie acostumbraba a llamarla de ese modo (la cual trabajó en la vida real como cantante en bares de noche, algo que vemos asimismo en la película, porque  interpreta dos canciones: Seems Like Old Times https://www.youtube.com/watch?v=p32OEIazBew&t=5s y It Had to Be You https://www.youtube.com/watch?v=V47Xj-0YbfE&t=2s), con lo cual todo apunta a que se trata de una película autobiográfica, cuyos personajes son ellos mismos (Keaton vestida como solía vestirse también en la vida real con prendas masculinas como trajes con pantalones holgados, chaleco, corbata, sombrero), pues nos habla de su relación amorosa y su posterior ruptura, lo que nos invita a reflexionar sobre las relaciones sentimentales (absurdas, locas, irracionales), que en ocasiones nos conducen al desequilibrio, al extremo (al borde de un ataque de nervios, por decirlo a lo Almodóvar). 

Annie Hall es precursora de muchas comedias posteriores, con una estética innovadora, con un estilo visual único, inconfundible, que en ocasiones recuerda a un documental (vemos a Alvy preguntándoles a personajes de la calle sobre el amor, la felicidad), acaso para darle un aire de autenticidad a la historia, a pesar de que estamos ante una ficción.

Una película ganadora de cuatro premios Óscar (mejor película, mejor director, mejor guion original y mejor actriz para Diane Keaton), dirigida por uno de los mejores contadores de historias cinematográficas acerca de la comedia humana (tal vez al estilo Balzac), que es deudor del cine de los hermanos Marx, en concreto de Groucho, al que cita en Annie Hall. Es sin duda una de las mejores comedias de la historia del cine, con un guion extraordinario, donde se funden la psicología de los personajes y la risa (tan saludable), la cual ha resistido el paso del tiempo como si hubiera sido rodada en la actualidad.

Como suele ser habitual, Woody Allen no acudió a la ceremonia de los Óscar aunque estuviera premiado porque prefirió irse con su banda de jazz a un bar de Manhattan, acaso al Michael's pub (donde solía ir), para tocar el clarinete, porque es un apasionado del jazz (he tenido la ocasión de escucharlo en directo en Nueva York, en Madrid y en Coruña). Él mismo se encarga de seleccionar la música que pasa a formar parte de sus inolvidables bandas sonoras, que incluyen por lo general  composiciones del género jazzístico, porque el jazz y la música clásica (Mozart, Beethoven, Verdi o Bach) son sus pasiones musicales. Respecto al jazz, Allen es devoto de Gershwin -cuya música combina clásica y el jazz-; Erroll Garner -pianista de jazz, encuadrado en el swing y el bop-; Jackie Gleason -fue además comediante-, Louis Armstrong -una de las figuras más innovadoras de la historia del jazz y, a buen seguro, su músico más popular-, Billie Holiday -una de las tres voces femeninas más importantes e influyentes del jazz, junto a Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald-, y Duke Ellington -figura esencial en la historia del jazz...). 

Curiosamente en Annie Hall hay pocas canciones, salvo las que canta Diane Keaton.  

Resulta realmente cómica, desternillante y reflexiva la secuencia en la que aparece el sociólogo y filósofo canadiense McLuhan -el autor de La aldea global y un visionario de Internet- para decirle a un profesor universitario, un tipo pedante, que está en la cola del cine con Alvy Singer (Woody Allen), que no ha entendido nada sobre su obra. O bien cuando Allen, reunido con amigos, incluida la propia Annie, dice que no se va a meter polvo blanco por la nariz y acaba estornudando encima de la cocaína. Alvy prefiere hacer un trío con una amiga de la clase de Annie. 

Aparte de los protagonistas interpretados por Woody Allen y Diane Keaton, intervienen el músico Paul Simon (interpreta a un productor musical de Los Ángeles llamado Tony... A este respecto, se da un gran contraste entre Los Ángeles y Nueva York), Shelley Duvall (actriz a la que luego veríamos en El resplandor de Kubrick) o el actor Chistopher Walken (conocido por películas como El cazador o Pulp fiction), entre otros. Con la fotografía del estadounidense Gordon Willis, que participó como director de foto en la trilogía de El padrino, de Coppola, y en otras películas de Allen como Zelig, La rosa púrpura del Cairo o Manhattan. 

Algún crítico de cine ha señalado que Annie Hall ofrece una lectura en clave mitológica, porque el protagonista comienza siendo Pigmalión (escultor enamorado de una estatua que había hecho él mismo), el cual intenta moldear a Annie a su imagen y semejanza, pero al final Pigmalión se convierte en una versión masculina de Medea, que se muere de celos cuando ella lo deja y se va a vivir a Los Ángeles, que es una ciudad opuesta a su venerada ciudad de Nueva York, como ya había señalado.

Hacia el final de la película, Alvy escribe una obra de teatro en la que un actor y una actriz jóvenes interpretan a Alvy y Annie, que son un reflejo de la película que estamos viendo. La actriz le dice al actor que es como Nueva York, una isla, algo que le decía Annie Hall a Alvy. En la obra de teatro prevalece el final cliché, ya que el personaje de Keaton vuelve con el personaje de Allen. Sin embargo, en la película, Alvy ve a Annie Hall, se reencuentran y luego se separan. El final feliz solo se da en el teatro. 

Alvy recuerda viejos tiempos con Annie con Manhattan como estampa fílmica. Alvy y Annie se despiden.

"Las relaciones son absurdas, irracionales, locas", sentencia Alvy. 


Después del agua, de la dana y de la nada, por Asunción Merayo

 

(Manuel Cuenya. Composición de relatos y microficciones. Nivel Intermedio. UNED de Ponferrada)

https://www.lanuevacronica.com/lnc-culturas/despues-agua-dana-nada_179347_102.html

Cuando Lorena llegó al pueblo, no reconocía la calle donde creció. El barro había cubierto las aceras, los coches estaban volcados y las paredes de las casas dibujaban zócalos de barro marrón a más de un metro del suelo, la altura que alcanzaron las aguas y los lodos. Su madre se refugiaba en casa de una vecina, sana, pero asustada. 


—No ha venido nadie del Gobierno —le dijo—. Nos ha dejado solos, como siempre.

La dana arrasó media comarca. Las noticias hablaban de promesas, de fondos, de ayudas que ya estaban en camino. Pero los únicos que llegaron a tiempo fueron los vecinos, los voluntarios con sus botas de goma, sus furgonetas viejas, los termos de café caliente y sinceras palabras de consuelo.

Víctor apareció al segundo día. Lorena no lo conocía. Víctor era uno de los que llegaron y no se fueron. Se quedó achicando agua, rescatando a gente mayor atrapada en sus casas, prestando sus dos manos donde hacían falta cuatro.

—He visto que necesitas ayuda con esa viga —le dijo—. Y allí comenzó todo.

No hablaban demasiado, no les hacía falta. Cada cubo de barro, cada caja de libros arruinados, que sacaban juntos, pesaban menos cuando estaban uno al lado del otro. Víctor dormía poco, apenas comía y trabajaba sin descanso a cambio de nada, o tal vez de mucho, de gracias sinceras, de lágrimas agradecidas de madres o abuelas llorando frente al televisor sufriendo una tras otra rueda de prensa, queriendo creerse las promesas de esas ayudas inminentes que nunca llegan, mientras el frigorífico seguía roto, la luz se iba y algunas veces, las menos, volvía.

Lorena le preguntó por qué lo hacía, y él respondió con otra pregunta:

—Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?

Ella lo miró a los ojos, como se mira a alguien que dice la verdad más simple y a la vez más dura.

Se besaron mientras barrían lodo y cristales rotos en la trastienda del pequeño supermercado, que tal vez no era mejor escenario, pero si un rayo de luz en medio de la desolación y el miedo.

Fueron pasando los días. Los gobiernos, las instituciones, llegaron tarde y mal, más preocupados en hacer daño al adversario político que en prestar ayuda a los damnificados. Las indemnizaciones se retrasaron, las ayudas fueron escasas, puede que esperando que como casi siempre las promesas se las lleve el viento y la gente olvide las palabras incumplidas.

Lorena y Víctor siguieron. Los vecinos siguieron. Los voluntarios siguieron. Porque el pueblo, cuando los gobernantes fallan, se salva a sí mismo. A veces, de entre los escombros, de la desolación, de la soledad y el olvido, surgen nuevas esperanzas, nacientes ilusiones y motivos para quedarse.

viernes, 17 de octubre de 2025

La estrategia del caracol, por Antonia Martín Arganda

 

(Manuel Cuenya. Composición de relatos y microficciones. Nivel Intermedio. UNED de Ponferrada)

El 4 de abril los periódicos y las noticias radiotelevisivas nos informaron del desalojo del gaztetxe Etxarri, un centro social ocupado en un barrio de Bilbao desde el 2014. 


Durante los incidentes de la noche anterior, pudimos ver a los jóvenes lanzando botellas y otros objetos a la policía y prendiendo fuego a contenedores. A las nueve de la mañana, después de derribar varios muros que habían levantado los ocupantes, la Ertzaintza consiguió entrar en el interior del inmueble y procedió al desalojo. Parece ser que el incidente se saldó con cuatro detenidos y 15 ertzainas heridos.

Ayer por la noche, revisando películas de culto, volví a visionar La estrategia del caracol del colombiano Sergio Cabrera, estrenada hace más de treinta años. La temática totalmente actual: un desalojo en la Bogotá de 1976, esta vez de una casa de vecinos que llevaban viviendo allí más de cincuenta años. El motivo, el mismo: el “pelotazo urbanístico”.

Desde el gaztetxe defienden que era un lugar de encuentro para numerosos colectivos del barrio y denuncian además que, a pesar de que la nueva edificación no comenzará hasta dentro de unos años, los promotores prefieren tener el solar vacío. En el caso colombiano viene a ser el mismo: de un lado el burgués que heredó la propiedad y la ve como un medio más para aumentar su riqueza y, de otro, el grupo de personas conformado por gente trabajadora y marginada que ha construido sus vidas en torno a este lugar, con el que tiene un vínculo afectivo.

El procedimiento de desalojo se puede decir que es similar, aunque la proporción entre policías y desahuciados sea exponencial en el caso de Bilbao: un centenar de ertzaintzas, numerosas furgonetas antidisturbios rodeando el gaztetxe y repartidos por las manzanas de alrededor, un helicóptero de la Policía autonómica y dos drones.

Lo que contrasta totalmente es el planteamiento de los desalojados: del enfrentamiento cuerpo a cuerpo de los bilbaínos, a un ejercicio de imaginación que cuestiona la lucha armada e invita a pensar en procesos de acción colectiva defendiendo los valores de la justicia y la dignidad. El método que se utiliza es una quimera narrada, al mejor estilo del realismo mágico, pero sin perder por ello su potencia política. Esa empresa irrealizable en la que se trabaja con convicción es metáfora del carácter utópico de las ideas revolucionarias. “Lo único que vale es lo que hagamos de ahora en adelante”, dice Jacinto, el paradójico líder anarquista de la estrategia.

Me pregunto qué hubiera pasado si estos chavales del gaztetxe hubieran visto la película colombiana. Quizás hubieran construido un artificio similar y habríamos podido observar el espectáculo magnífico de ver pasar por el aire todas sus pertenencias, puertas, baldosas, muros incluidos, al otro lado de la ría, para comenzar de nuevo con su proyecto. Los colombianos lo hicieron porque no sabían que era imposible. Tendría que haber más Jacintos para que esto cambiara.